A cada Petromyzun Marinus le llega su San Martín, y por eso estuvimos el domingo, día de San Zósimo de Siracusa (y también de San Amadeo de Saboya, que ignoraba yo que hubiera sido canonizado este buen señor...) en Catoira, para degustar las primeras lampreas de la temporada. Elegimos esta vez Casa Emilio, al lado de la Estación, influenciados por su fama legendaria en la preparación del tan feo como suculento agnato.
Tras la reunión previa con el aperitivo de rigor en la Taberna Vikinga, sentamos nuestras reales posaderas a lo largo de una mesa interminable (fuimos 24, entre lampreófagos y lampreófobos) y nos dispusimos a la vampírica orgía.
Los entrantes bastante cutres: un salpicón de cebolla y poco más y una extraña receta de almejas a la marinera que nadie había visto nunca. La bicha estaba aceptable tirando a buena, si acaso pecó de escasez de tamaño.
De los platos alternativos díjose que estaban bastante buenos, aunque adolecían de una presentación digna de un restaurante de renombre, servidos a palo seco, apenas con alguna triste patatilla. Un insuficiente para los postres, todos prefabricados excepto unos corrientes flanes caseros y unas sencillas fresas con nata.
Como remate, cafés servidos embarulladamente y licores sin restricciones, aunque de bastante poca calidad. Nada especial que destacar, para el poco ajustado precio en que quedó la cosa (casi 900 euracos y ni rastro de invitación de la casa). Por esta vez, y sin que sirva de precedente, ya que es la primera evaluación y el jurado estaba de un excelente humor, vamos a darles un aprobado raspado. Como en la próxima ocasión se repitan estos defectos, quedan para septiembre sin remisión. Amigo Emilio, quedas avisado.
Para despedirnos nos acercamos al Galeón Vikingo a tomar unas consumiciones y emprender la marcha cada mochuelo a su olivo, camino del inexorable lunes.