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Teníamos en la nevera unas piezas de corzo de los cotos privados de Bego, y decidimos al fin cocinarlo para una cena en Pragueira Beach.
Después de peregrinar un buen rato en busca de furanchos abiertos, al fin dimos con uno aledaño al merendero Monte do Pacho, que visitamos habitualmente, donde los gentiles dueños consistieron abrirlo para nosotros y servirnos unas jarras de albariño con unas tapillas de zorza.
Esta vez hicimos la carne al horno (en vez del siempre jugoso estofado) por aquello de variar de receta. Craso error: como ya lo habíamos cocinado en casa previamente, mientras nos fuimos de vinos quedó el animal calentándose al horno quizás demasiado tiempo, y en vez de llegar a la mesa al punto de rosbif indicado en la receta, estaba acartonado y prácticamente incomible, ni con la salsa agridulce preparada para la ocasión. Sírvanos esto de escarmiento; la próxima vez volveremos a la receta original para evitar sorpresas desagradables como esta.
Afortunadamente, un glorioso desfile de primeros platos (estupendo jamón de Presqueiras, croquetas de Marian y otros manjares) suplió el atranco, amén de los postres (mousse de limón aportada por Eva y chulas de calabaza fritas in situ por Anita y una caja de los prestigiosos alfajores HAVANA, traídos por Angela y Moncho desde la mismísima Buenos Aires), alimentos que fueron suficientes para hacernos olvidar el desgraciado accidente culinario.
Y al término, la sobremesa musical que se prolongó hasta las tantas, como es costumbre, mientras dábamos cuenta de los cafés y licores hasta la hora de retirarnos a dormir cada mochuelo a su olivo.
